Elías y Abbie Rodríguez

Esta es la primera vez que escribo de dos personas en una sola historia. Es desafiante. Además, como nunca he estado casada, no comprendo todas las dimensiones que puede implicar un pacto tan sublime como el matrimonio. Entonces, escribir de una pareja casada, hace que el desafío sea mayor.
Por suerte, conozco a Elías y Abbie desde que nací. No sólo porque son mis papás. Pero también porque son todo lo que aparentan ser. Y conocerlos es fácil. Es un gusto.
Elías estudió arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en Tegucigalpa. Cuando no estaba diseñando, estaba tocando con alguna de sus bandas. En su vida solitaria y deprimente, su refugio era la música. Y entre más alto estuviese el volumen, mejor. Era un rebelde taciturno. En los peores momentos, fumaba dos paquetes de cigarrillo. Diarios. Cargaba un alto nivel de orgullo. Tenía prejuicios en contra de los ministros evangélicos. Posiblemente porque cuando él estaba pequeño, su mamá se había convertido en una.
Regresó a San Pedro Sula, donde su papá le dio trabajo diseñando y construyendo la estación de servicio más grande de Centroamérica. Luego tomó un proyecto remodelando unas oficinas, para lo cual Elías fue a una tienda de diseño y decoración.


—Buenas tardes, soy el arquitecto Elías Rodríguez. Ando buscando molduras. ¿Tiene algunas que pueda ver?
—Buenas tardes, arquitecto. Soy Abbie Jallú. —Viendo a Elías a los ojos, Abbie estrechó su mano con firmeza—. Déjeme mostrarle.
Abbie era guapísima. Elías quedó flechado.
Mientras Abbie tomaba los catálogos para mostrarle a Elías, oyó muy claramente a alguien decirle:
—Esta es la persona que tengo para ti.
Atónita, Abbie botó los catálogos y corrió a su oficina.
—¿Abbie? ¿Qué le pasa? ¿Está bien? —Preguntó su jefe—.
—Sí, sí. —Pensando en alguna mentira para esconder el hecho de que oyó a una voz desconocida—. Es que creo que él es de la competencia. Y me puse nerviosa.
—¡Uy! Pues no le dé nuestros precios.
Esa tarde, Abbie llevó a Elías a ver los proyectos donde estaba instalando molduras. La mañana siguiente, mientras iban de camino a ver otro proyecto, Elías preguntaba y Abbie contestaba.
—¿Cree en Dios?
—Sí, sí creo.
—¿Va a alguna iglesia?
—Eh, no. No voy. Pero me gustaría comenzar a ir a una. Está en La Lima. La líder es una mujer. Le dicen hermana Emma Amelia.
—Elías bajó la velocidad del carro—. Ella es mi mamá.
Esa misma tarde, Elías llevó a Abbie a La Lima a conocer a su mamá, Emma.

Sin embargo, Abbie tenía un triste semblante. Su relación con su papá nunca había sido buena. Y en cuanto a su familia, se sentía ausente. Era solitaria y miedosa. Mientras estudiaba mercadeo en la Universidad Tecnológica de Honduras, fue a una entrevista de trabajo en una tienda de diseño y decoración. Ahí la contrataron como ejecutiva de ventas. Una tarde, por cuestiones laborales, se reunió con el Ing. José Francisco Saybe. Pero para su sorpresa y a pesar de no tener experiencia, él la invitó a ser parte del elenco de su nueva obra teatral. Su vida era: trabajo, universidad, teatro. Repetir.
Los recientes sucesos eran suficientemente extraños como para que Abbie accediera a asistir a uno de los retiros espirituales a los que un amigo tanto insistía que fuera. Cuando regresó del retiro, Elías llegó a casa de Abbie. Ella lo recibió, y él comenzó a hablar.
—Por alguna razón que desconozco, siento decirle lo que ha sido mi vida hasta antes de conocerla.
Esa tarde, Abbie conoció a Elías. Lo bueno, lo no tan bueno, y lo malo que había en su vida. Para Abbie, todo se sentía tan extraño, pero tan familiar.
Siguieron reuniéndose por proyectos de diseño, o almuerzos en La Casona o Fred’s Kitchen. Y Elías no tardó mucho en decir:
—Hay una pregunta que te quiero hacer. ¿Querés ser mi novia?
Y acompañó la pregunta de una canción que él le escribió.

Elías llevó a Abbie a la iglesia. Todos lo conocían, pero él se quedó en el fondo, observando. Personas desconocidas la abrazaban como si fuesen familia. Cantaban coritos y se movían alegremente. Abbie estaba abrumada. El impacto fue tal, que se quebrantó y no pudo más que llorar. Sus muchas heridas se sentían tan presentes y reales, pero el Sanador y Consolador, también.
Elías siguió llevando a Abbie a la iglesia. Pero se sentía un hipócrita. Él no quería ir a la iglesia. Tenía argumentos en contra de la vida cristiana. Cargaba un nido de soberbia. Una excusa para no escuchar a predicadores. Una justificación para formar su propia imagen de Dios y su propio evangelio. Así que dejó de ir.
Una tarde, Abbie habló con él. Ella había conocido a Dios. Y entendió que ella y Elías no estaban en la misma página. Así que le pidió tiempo para reconsiderar la relación. Los ojos de Elías se pusieron rojos y llorosos, pero en sus adentros, el nivel de admiración que tenía por Abbie, creció. Y respetó su decisión.
Abbie siguió asistiendo en la iglesia. Su fe se hizo más fuerte. Luchó por sanar sus heridas. Por crecer como persona. Y en todo tiempo, mantuvo a Elías en sus oraciones.
Elías compró un equipo de producción musical. Accedió a ayudarle a su mamá a producir un álbum de alabanzas. También comenzó a diseñar la nueva casa de su mamá y su familia. Todo parecía ir bien hasta que un carro le quitó el derecho de vía. Elías estaba enojado.
—¿Pasa algo, hijo?
—Una doña me chocó.
—Hijo, pídele a Dios que te proteja en el camino.
Así que todas las mañanas Elías decía:
—Señor, protégeme en el camino. Amén.
Pero cada día, esa oración se hacía más larga.
Una tarde, estaban en casa de la familia de Elías, John Parault y su esposa, quienes vivieron sirviendo a Dios. Elías sentía tanta confianza con John, que comenzó a preguntar:
—¿Por qué los predicadores de hoy hacen todo tan complicado, si Jesús enseñaba en parábolas sencillas para que todos entendieran?
—Ah, pero estás equivocado. ¿Ves? Porque la Biblia dice que Jesús enseñaba en parábolas para que la gente no entendiera.
Elías estaba sorprendido. Nunca había pensado eso. John le preguntó si podía orar por él. Y Elías accedió. Dios se sentía cerca. Tanto que a Elías se le ocurrió que quizás Dios era más importante que la música. Más poderoso.
Ni medio día después, Elías recibió una llamada avisando que se habían robado su equipo de producción. Estaba furioso. Esa tarde, otro buen hombre, Rafael Contreras, se acercó e una hizo oración genuina por Elías. Y con ella, germinaron todas las oraciones que por años, muchos hicieron por “el hijo de Emma Amelia”. Todo el lodo de años de perdición se disolvió a polvo. Ocurrió una conversión radical en su interior.
Había un nuevo Elías.
La vida ya no era gris y decadente. Había esperanza. Elías buscó a Abbie. Estaba asombrada de ver a un nuevo Elías. Dos semanas después, él la llevó a ver un terreno, se puso en una rodilla y le pidió ser su esposa. Para lo que ella entre lágrimas y risas, dijo que sí. Y seis meses después, se casaron.






Elías y Abbie son complementarios. Un introvertido y una extrovertida. El que ríe silenciosamente y la que carcajea. El que siempre tiene un corto y sabio consejo, y la que llora empáticamente junto al necesitado. Son una buena unión. Una divina unión.
Una buena unión requiere a dos personas que individualmente han decidido hacer el bien. Un buen matrimonio toma a dos dispuestos a pedir perdón, perdonar y seguir amando. Es ahí, donde como un río, el amor fluye.


Aunque hubieras dicho “no” billones de veces, te habría vuelto a preguntar. Pues desde antes de que fuesen las estrellas, el cielo ya había determinado que fueses mía, y yo tuyo. Es por eso que aunque ha sido un tiempo determinado aquí, se siente como más -mucho más- y tu alma lo sabe. Te amo desde siempre, y para siempre te amaré.
-Elías a Abbie
Para Papi y Mami.
Con amor, Hansi.