Creé en Dios.
Desde pequeña he sido bastante disciplinada. Tanto que me parecía inmoral no tener un día perfecto. Levantarme temprano, salir a correr, tomar 8 botes de 24 onzas de agua, tener buen humor, sonreír, no llorar, hacer buenas tareas, leer, orar, dormir.
Uno de los hábitos en el que he sido más disciplinada, es la lectura. Cuando leés, tu cerebro desarrolla un hábito. Pensás en múltiples posibilidades. Y en el camino, aprendés palabras. Ves a cada personaje a través de diferentes lentes y dimensiones. Así que esa fui yo desde pequeña. Pensando en múltiples posibilidades, viendo a cada persona más allá de la superficie.
Ser imaginativa, disciplinada y con un hábito de lectura suena lindo e inspirador, pero la realidad es que yo no encontraba con quién platicar en recreo. Conocí el miedo a la soledad.
Hablando de la escuela...mi familia lidera la escuela en la que estudié. Y también lidera la iglesia a la que he asistido toda mi vida. Esto resultó en muchos: “Callate, callate que ahí viene Hansi. Fijo le va a decir a los papás”.
Una tarde alguien me comparó con mi hermano. Demostrando que sus habilidades sociales y su manera de ser tan activo y alegre era mucho mejor que yo. Yo era callada y bastante quieta. El problema es que muchos tomamos las opiniones de otros, como si fuesen hechos. Y en mi inmadurez, yo hice eso. Sentí un profundo temor al rechazo. Y mi autoestima llegó a ser muy baja.
Un domingo, mi hermano, unos amigos y yo andábamos jugando en un carro de golf cuando mi hermano se bajó y el carro chocó contra él. Lo veía sangrando y sangrando. Ese día conocí el miedo a la inseguridad física; los accidentes. Entraba a un carro y pensaba en todos los accidentes posibles. Y el temor era tal que yo hacía tensión con mis músculos en la pierna.
A este punto, mi motivación era poca y mis notas bajaron. Sentía vergüenza. En ese tiempo conocí el temor al fracaso. Yo no era quien esperaba ser.
Pero pronto entré a la universidad. Amé la universidad. Ahí nadie decía “Callate que ahí viene Hansi”. Al contrario, no esperaban nada de mí. El problema de rodearte de personas que no esperan mucho de vos, es que esperan nada de vos y el estándar está por el suelo. Y no tomó mucho tiempo para darme cuenta que mis amigos no eran mis amigos. Entraba a la universidad muy nerviosa y con respiración irregular. Había descubierto un nuevo miedo, el miedo a que me hicieran daño emocional.
Yo oraba. Le pedía ayuda a Dios. Y mejoraba parcialmente. Pero la cantidad de miedos y heridas con las que cargaba eran demasiado pesadas y me nublaban el juicio. Mi visión comenzó a ser completamente negativa. Veía algo que me recordaba a un miedo, me sentía ansiosa, me deprimía, seguía adelante, y estaba de lo mejor nuevamente. Pero el ciclo se repetía más de una vez por semana. Y saber que no lograba salir del estado mental negativo me frustraba aún más.
Cada vez que quería salir adelante tenía patrones mentales que me detenían. Así que comencé a leer más y escuchar a charlas médicas, tratando de entender el cerebro humano y las relaciones interpersonales. Cuando yo lograra entender la vida, iría donde Dios. Eso no funcionó. Entendí mucho pero no encontré soluciones. El temor empeoró tanto que en muchas ocasiones, recuerdo llorar temblando mientras mi mamá oraba por mí.
El asunto es que el temor promete seguridad. Te promete que es mejor pensar en lo peor que pasaría, así no quedás como tonta. Pero el temor es creer aquello que no ves pero podría ser una amenaza en tu contra. Y resulta en inseguridad.
Un día acepté que me sentía hecha paste. Hablé con mis papás. Y mi papá recomendó escuchar a personas llenas de Dios. Sus palabras me ayudarían. Así que comencé a escuchar mensajes sobre Dios y una vida en él.
Pero mis patrones me limitaban. Tenía tantas preguntas filosóficas y teológicas. Tantas cosas sin entender. Lo mejor que podía hacer era botar mi concepto de Dios. Empezar de 0. Comencé leyendo Romanos en la Biblia. Y cada palabra respondía las preguntas que yo tenía. Mis patrones mentales ya no eran tan oscuros porque había luz en ellos.
Entendí que no sólo debo creer en la existencia de Dios, sino confiar en él. Creer en quién es. Recibir a su Espíritu Santo y Su Espíritu testifica al mío. Su chispa de vida ministra la mía. Y la ministración e impartición a mi espíritu ha sido tal que perdí los efectos físicos de la ansiedad. Mis patrones de pensamiento y pensamientos intrusivos se sienten diminutos. Y logré sentirme feliz sin razón alguna porque cuando Dios se convierte en el consolador, ninguna angustia puede permanecer por largo tiempo.
Por quien ministra mi espíritu, mis emociones han cambiado, mis decisiones son otras y como consecuencia, mi vida es otra.
Compartir (parte de) mi historia refuerza el sentido de comunidad entre nosotros. Te recuerda que no estás solo. Te anima a creer. Pero no te cambia. Quien sí te cambia, es Dios.
Entonces, hablemos de él.
Mi historia no es la tuya. Mi historia puede no parecerse en nada a la tuya. Pero los sentimientos que todos experimentamos, no son muy diferentes. Así que sabé que no estás solo. Sé que se siente así, pero no lo estás. Sabé que sos amado, sos valioso. Sos importante. Y mientras tengás vida, todavía tenés potencial.
Entonces, comienzo preguntando: ¿cómo estás?
Si cada uno expresara cómo se siente realmente, para algunos, se escucharía algo así: "No estoy bien. Estoy enojado. Estoy deprimida. No entiendo. La vida no está yendo como esperaba. Esto es injusto. Me quiero vengar. Estoy frustrado. Estoy confundida. No vuelvo a confiar en nadie. Me siento culpable. No puedo más. Esto es muy cansado. ¿Hasta cuándo debo esperar? Señor, ayúdame, por favor."
Pero nadie dice eso. Todos decimos: “¡Hoooolaaaaaaaaa! Todo bien. ¡Qué bueno verlaaa. Qué alegre.”
Día a día, son las pequeñas cosas que nos distraen. Y si creemos que las cosas pequeñas de la vida no son importantes, vamos a mantenerlas fuera de la luz. Y todo lo que no traemos a la luz está en oscuridad. Y las cosas que permanecen en la oscuridad sólo empeoran. Aunque pretendamos lo contrario. ¿Y cómo esperamos que nos vaya bien en algo que no aceptamos que está pasando? Además, cabe decir que no confesamos porque Dios no sepa, sino porque al decirlo, él te puede sanar.
Una de las cosas que no nos permite ser honestos son los patrones en nuestra mente. Los preceptos y conceptos. Específicamente, los cristianos, ponemos como meta erradicar el pecado pero si esa es nuestra meta, tendríamos que morir todos. Y Jesús ya murió por nosotros. Pero lo olvidamos, y hacemos del pecado, la identidad. Y si sólo te identificás a vos y a otros por tu pecado y pensás que eso es todo lo que sos, vas a estar más propenso a caer en él porque a eso le das tu enfoque. Por eso creo que quienes deseamos ayudar a otros a creer en Dios, debemos entender que el discernimiento no sólo es discernir el mal en otros. Sino el bien en ellos que pueda mostrarles el valor que tienen dentro. Pero no lo hacemos. ¿Entonces cómo se espera que hayan más creyentes si no hay un ambiente confiable? Aún así, por mantener la reputación, muchos rechazamos la gracia de Dios. Este patrón nos aisla y corrompe la idea de comunidad que Dios ha creado. Y con él, comenzamos a medirnos por nuestras buenas obras y nuestro conocimiento. Esto se torna en orgullo y soberbia. Y la soberbia no es grandeza sino hinchazón y lo que está hinchado se ve grande pero no es sano.
Pero…“Dios puede cuidarlos para que no hagan el mal, y también tiene poder para que ustedes puedan presentarse ante él sin pecado. Se presentarán ante él llenos de alegría, y limpios y sin mancha, como un vestido nuevo.” (Judas 1:24). El poder para presentarnos ante Dios, limpios y alegres, viene primeramente de Dios y su gracia. No las buenas obras.
Haciendo eso a un lado, si fuésemos honestos y analizamos porqué nos sentimos cómo nos sentimos, veríamos que hay quienes han creído en Dios y tienen paz. Hay quienes no han creído que Dios es capaz de consolar. Entonces buscan novio. Hay quienes no creen que Dios es capaz de dar sabiduría para emprender rectamente. Y hoy se encuentran en deudas. Hay quienes no creen que Dios es capaz de dar seguridad. Y buscan validación en otros. No creemos en Dios. Ese es el pecado principal. Todos los demás son síntomas. Pero si Dios no peca, no puede pecar contra vos. Si Dios no puede pecar contra vos, Dios no te puede mentir. Y si no te miente, eso lo hace el ser más confiable que hay. Y hace que todo lo que diga sea verdad.
Pero la mayoría no quiere creer. Da pereza. Es incómodo. Para ello, me atrevo a decir que es mejor tener 6 minutos de incomodidad que una eternidad de incomodidad. Tu carne no se va a la presencia del Señor, nunca va a querer seguirlo. Entonces la responsabilidad recae en vos. Podés asumirla y cambiar tu actitud o pensar que tenés la razón y vivir una vida que lamentés.
Si has decidido creer en Dios, te felicito. Proponé hacer de tu vida una obra de la que Dios se enorgullezca. Y en el camino, no midás tu éxito en números, sino en la humillación de tu corazón. Sabiendo que una vida en Dios no es una vida sin tentación (Jesús fue tentado) pero sí es una vida donde reside en vos un poder mayor a la tentación. Entendiendo que no todos los días se sienten muy espirituales y por ello todo lo que hacés es tan importante que debe impulsarte a seguir comprometido a creer en Dios. Porque si el pecado es diario, la gracia debe ser también.
Habiendo mencionado la gracia...el antiguo testamento (en la Biblia) nos da a conocer la ley. La ley da a conocer el pecado. Dicta qué es bueno y qué es malo y una vez hubo ley, el pecado abundó. El pecado fue tanto que consumió la vida de todos. Pero nace un hombre de carne y hueso. No tiene consigo la tendencia a la destrucción. No cae en tentación y no tiene deseo de hacer maldad. Por 33 años, no peca. Y Su vida en la tierra confronta al pecado y lo vence, mostrando que hay alguien mayor al pecado y que la podredumbre que puede haber en el corazón de un hombre. Y al creer en él, sometés tu voluntad. Te entregás a él y él a vos.
Nadie ha perdido su vida siguiendo a Dios de todo corazón. Y nadie ha ganado su vida siguiéndolo a medias. Si no has creído, te invito a que creás. Y aclaro que no venís a Jesús para ser feliz, o millonario, o para cumplir tus sueños. Venís a Jesús por Jesús. Y al creer en él y recibir Su Espíritu, él le testifica a tu espíritu (la chispa de vida que te mantiene). Y te ministra. Y tu espíritu recibe paz y revelación. Y tus pensamientos cambian, y tu vida cambia.
Termino con una oración que Francis Drake hizo en 1557:
Incomódanos, Señor, cuando
Estamos demasiado contentos con nosotros mismos
Cuando nuestros sueños se han hecho realidad
Porque hemos soñado muy poco
Cuando llegamos sanos y salvos
Porque navegamos demasiado cerca de la orilla.
Incomódanos, Señor, cuando
Con la abundancia de cosas que poseemos,
Hemos perdido nuestra sed
Por las Aguas de la Vida;
Y habiéndonos enamorado de la vida,
hemos dejado de soñar con la eternidad
Y en nuestros esfuerzos por construir una tierra nueva,
Hemos permitido que nuestra visión
Del Cielo nuevo se oscurezca.
Incomódanos Señor, para atrevernos más audazmente,
Para aventurarnos en mares más amplios
Donde las tormentas mostrarán tu dominio;
Donde perdiendo de vista la tierra,
Encontraremos las estrellas.
Te pedimos que retrocedas
Los horizontes de nuestras esperanzas;
Y que nos impulses hacia el futuro
En fuerza, coraje, esperanza y amor
Dios está cercano. Y te invito a que en cualquier etapa de la vida que estés, podás decirle: Dios, incomódame. Quiero creer en tí.



